25 feb 2011

SIGA EL BAILE, SIGA EL BAILE... (los orígenes del Carnaval)

Una de las festividades humanas de carácter más universal es el denominado “Carnaval”. En nuestros tiempos el significado de esta fiesta es muy variado, puesto que se tiñe con diferentes aspectos culturales, diversos como los lugares del mundo en donde se desarrolla. Así, tenemos un Carnaval “europeo” como el de Venecia, “andino” como el de Oruro, “tropical” como el brasileño, “afro” como el de Montevideo, “creole” como el de Nueva Orleans...


El origen del Carnaval tal como lo conocemos (al menos en cuanto a la época del año en que se celebra) lo encontramos en la Edad Media (Siglos XI a XV), ya que fue “autorizado” por la Iglesia para celebrarse durante los tres días anteriores a la Cuaresma (lapso anterior a la Pascua). El Carnaval comenzaba así un domingo, y finalizaba el día anterior al Miércoles de Ceniza.

Se cree que el término “carnaval” proviene del latín vulgar "carne-levare", que significa “dejar la carne” (prescripción católica de la Cuaresma). Otros creen por el contrario, que el nombre de la festividad viene del término italiano carnevale”, es decir, momento en el cual todavía se podía comer ese alimento. Interpretaciones más modernas hablan incluso de un origen pagano del término, en relación a la diosa celta Carna, al dios indoeuropeo Karna, o también, a la ceremonia de ofrecer carne al dios semítico Baal.

Como sea, el origen de la ceremonia sí es pagano: el propósito de la Iglesia era encuadrar las antiguas fiestas que se celebraban desde la Antigüedad en esos días del año, superponiéndolas en el calendario ritual cristiano. El fin obvio era controlar su desarrollo.

Porque tales fiestas tienen su origen en las antiguas “saturnales” romanas o más aún, en las anteriores “fiestas dionisíacas” griegas. En todos los casos, se trataba de momentos festivos en los cuales los esclavos recibían permisos especiales para disfrutar de aquello que les estaba prohibido el resto del año. En la Edad Media, quienes recibían ese “permiso” eran los campesinos sujetos a la servidumbre de sus señores. Eran momentos en los cuales todo simbólicamente se trastocaba, el poderoso dejaba de serlo, el oprimido era libre para disfrutar de los placeres que comunmente le estaban negados. Incluso la “rebelión” simbólica estaba permitida: mediante la burla, la farsa, los Amos, los Señores, las Autoridades Eclesiásticas eran ridiculizadas públicamente en una fiesta de la que todos podían participar.

¿Son muy diferentes nuestros Carnavales actuales? Por supuesto que no. Cualquier ejemplo que tomemos nos mostrará que el antiguo espíritu de liberación, o incluso de “revancha”, sigue vigente en las carrozas de las “escolas” cariocas con ácidas caricaturas de políticos, personajes públicos... en las canciones de las “murgas” uruguayas denunciando desigualdades e injusticias... o en las “Diabladas” andinas y sus danzas de memoria y rebelión.

Descontrolados o tranquilos, lujosos o pobretones, lujuriosos o familiares... los Carnavales son algo que nos conectan con nuestra profunda naturaleza, con lo salvaje, con lo ancestral.

En algunos lugares como Buenos Aires, ya no tienen gran arraigo popular. Un arraigo que sí tenían en otras épocas (no tan lejanas como creemos). Nuestros padres aún recuerdan los famosos Bailes de Carnaval (Sandro, Palito Ortega, Pugliese y D'Arienzo... en Sportivo Alsina, en Comunicaciones, en San Lorenzo...). Nosotros recordamos los juegos con bombitas de agua, la espuma, los corsos en cada barrio. Y los chicos participando, y los abuelos y tíos siendo cómplices para mojar a las viejas en la esquina...

Este año recuperamos aquí en Argentina un feriado de Carnaval.

¿Recuperaremos el espíritu salvaje y rebelde?

¿Volverán las ganas de ridiculizar y denunciar lo injusto?

Ojalá que sí. Por más que el resto del año sigamos siendo esclavos.


19 feb 2011

DIONISO, EL DIOS ESPIRITUOSO

Según cuenta Clío, en el Olimpo había de todo. Dioses poderosos, sensibles o iracundos; algunos benévolos, otros malignos. Pero sin duda uno de que mayor simpatía despertaba entre los seres humanos era el buen Dioniso (Διoνισo), el dios del vino y del exceso, el simpático dios a quien en Roma se lo conocerá posteriormente como Baco.


Esta divinidad era hijo de Zeus y de Sémele, una princesa de Tebas. Cosa rara que tenían los griegos, un dios mitad dios, mitad humano... Y de tan humano que era Dioniso, no tuvo mejor idea que enseñarle a los hombres a cultivar la vid y preparar el vino. Eso sí que es legar un don, sí señor.

Es interesante cómo se dió su nacimiento: la princesa Sémele, embarazada de 6 meses, fue visitada por Hera, la esposa celosa de Zeus. Adoptando la forma de una anciana, Hera convenció a la joven de que exigiera a Zeus mostrarse en todo su esplendor divino. Obviamente el Rey de los Dioses se negó, por lo que la princesa le negó sus favores... Zeus estalló de furia, y dejándose llevar por la ira fulminó con un rayo a la infeliz princesa. (Primer moraleja: si Zeus se niega a mostrarnos todo su esplendor divino, conviene no insistir).

Por suerte para nuestro relato, andaba por allí Hermes, el dios mensajero, tonteando con Hefesto, el dios del fuego. El cartero divino consiguió extraer del vientre de Sémele al bebé, y para salvarlo se lo dió a Hefesto, quién lo cosió a la pierna de su padre. Sí, sí, a la pierna. ¿Qué tiene que ver un útero materno con una pierna de dios? Misterios que tiene la vida...

La cuestión es que a los 3 meses nació el niño-dios (con minúscula, no confundir), a quien por haber nacido dos veces se lo llamó "Dioniso".

Este generoso dios dormía en el invierno y despertaba en primavera. En esa época del año renacían con él las plantas, los frutos, la vida. Y por supuesto, la vid. De ahí que las fiestas en su honor eran una sucesión de alegría, desenfreno y borracheras. En ellas todo estaba permitido, el descontrol era total. Participaban todos, hombres, mujeres y dioses. Fiesta en todo el sentido de la palabra.


En el Siglo IV AC el vino más costoso que consumían los griegos de Atenas era el vino de Chíos. Algunos que las fuentes citan como de muy buena calidad eran los de las regiones de Chalkidike, Ismaros, Kos, Lesbos, Niaxos, Peparethos (hoy conocido como Skopelos) y Thasos.


Se mencionan en las fuentes también dos misteriosos vinos, Bibline y Pramnian: el primero de fragancia perfumada, el segundo oscuro y espeso, de buena calidad. 

Muchos ven el origen de las posteriores Fiestas de Carnaval en aquellas jodas divinas patrocinadas por el Buen Dioniso. Cómo sea, gracias a él podemos decir, con el amigo Horacio Guarany:

Si el vino viene viene la vida,
 si el vino viene, viene la vida,
 vengo a tu viña, tierra querida...”


Gracias amado Dioniso, por el blanco, el rosado y el tinto... ¡¡Salud!!


7 feb 2011

APOLO, EL SEDUCTOR

Apolo era entre los antiguos griegos, el dios de la Luz y el Sol, pero también, de la Verdad y las Profecías, así como protector de la Música, la Poesía y las Artes. Un dios bastante copado.

Era hijo del Rey de los Dioses, el Gran Zeus, y de una diosa no muy importante, llamada Leto. La pobre Leto tuvo que sufrir por los celos de la mujer de Zeus, la cruel Hera, que le hizo de todo... cuando se ponía, era una bruja Hera. Pero bueno, eso no viene al caso ahora.

Apolo tenía una hermana gemela, la cazadora y recatada diosa virgen, Artemisa. A Apolo le gustaba cazar también, pero por lo demás, no se parecía en nada a su hermana.

Bello y encantador, fino en sus modales, el hijo favorito de Zeus heredó el ímpetu amoroso de su padre. Pero a diferencia de éste, Apolo se enamoró perdidamente (varias veces) de mujeres y varones, mortales y dioses... Como quien dice, no dejaba títere con cabeza.

Vamos a contar primero aquella historia que dejamos inconclusa, la del amor entre Apolo y Jacinto (el hijo de Clío, de la Musa... sí, sí, ese...)

Jacinto era un joven sumamente hermoso, con la hermosura de los dioses. Es por ello que en el Olimpo, todos admiraban su galanura... El principal admirador no era otro que Apolo, quien al verlo por primera vez sintió como lo consumía una irrefrenable pasión.

Por suerte, el joven Jacinto correspondió al amor del dios. Así, pasaban juntos numerosas horas entretenidos en los placeres de los jóvenes: cazar en los bosques y montañas, practicar gimnasia, tocar la lira y cantar... y por supuesto, entregarse al amor.

Una calurosa tarde de verano, todo cambiaría... El dios y el joven decidieron jugar compitiendo en el lanzamiento del disco. Los griegos eran muy deportistas.

Para impresionar al muchacho, Apolo se manda una compadreada, lanzando el disco con todas sus fuerzas hacia el Cielo. Relumbrando con la luz del Sol, el objeto caía, caía...

Jacinto aceptó el reto y corrió riendo para agarrar el disco. Pero, para su desgracia, alguien se metió en el medio: el dios viento, Céfiro, celoso y despechado porque Jacinto no lo había elegido, sopló fuerte desviando el condenado disco, para que golpeara en la cabeza del muchacho. Por supuesto, la humana cabeza del joven se partió en dos y éste cayó desplomado.

Apolo, desesperado, corrió a socorrer a su amado... pero sólo pudo retener su alma por unos instantes. Jacinto murió en sus brazos.


Cuentan las viejas que Apolo, derramando lagrimas sobre su pecho ensangrentado, susurró: "Siempre vivirás en mi corazón, hermoso Jacinto. Que tu recuerdo viva también entre los hombres..." Dicho esto, convirtió la sangre del muchacho en una hermosa flor, la que llamamos aún hoy, “jacinto”.

Una triste y bella historia de amor...

5 feb 2011

CLÍO



Las Musas, al igual que todos los dioses griegos, no estaban exentas de caer rendidas ante en poder del amor. En ese sentido, los dioses antiguos eran mucho más divertidos y piolas que los de la Cultura Occidental...


Vamos con  algunos chismes que circulaban en el Olimpo, acerca de los amores de nuestra Patrona de la Historia, la bella amiga Clío:


Parece ser que un día Clío se burló de Afrodita (recordemos, la bellísima aunque un poco turra Diosa del Amor) porque ésta se había enamorado de un hermoso dios llamado Adonis. Era muy hermoso, hasta tal punto que varias diosas se agarraron de las divinas mechas disputando sus favores.


Como sea, la cuestión es que Afrodita, como toda enamorada, no soportó que se burlaran de su tierno sentimiento, por lo que condenó a Clío a enamorarse perdidamente de un vulgar mortal: Piero, el manso y tranquilo Rey de Macedonia. 


De los amores entre Clío y Piero, nació un niño muy bonito, llamado Jacinto.  El niño, al crecer (recordemos que era mitad humano, lo que los griegos llamaban un "héroe" o "semidios") se transformó en un joven muy, pero muy bello... Para su fortuna, o desgracia, quien se enamoró perdidamente de Jacinto fue el poderoso dios Apolo. 


La pasaban realmente bien el muchacho y el dios, era un amor muy tierno el que los unía. Pero como dicen, aún para los dioses, lo bueno dura poco...


Esto se hace largo. En otro momento les cuento la tragedia que terminó con el amor de Jacinto y Apolo... 

LAS NUEVE HERMANAS

Las Musas y Apolo


Para los antiguos griegos, el conocimiento, el arte, la poesía, no eran producto de la actividad humana: era la inspiración de los dioses la que generaba la belleza y el saber.


De las numerosas divinidades que adoraban en Hellas (tal el verdadero nombre de lo que nosotros conocemos como “Grecia”), las encargadas de provocar el los humanos aquella “inspiración” eran unas deidades menores llamadas MUSAS.

Las Musas eran hijas del gran Zeus, el Rey de los Dioses, y la diosa Mnemósine (la Memoria). Las nueve hermanas nacieron al pie del Monte Olimpo (la morada de los Dioses) luego de que Zeus durmiera con su madre durante nueve noches.

Las bellas diosas que inspiraban el Arte y la Ciencia eran:

Calíope (Καλλιόπη, “la de la bella voz"), musa de la poesía épica;
Erato (Ἐρατώ, “ la amorosa”). musa de la poesía lírica;
Polimnia (Πολυμνία, “los muchos himnos”), musa del canto;
Euterpe (Ευτέρπη, “ el deleite”), musa de la música;
Melpómene (Μελπομένη, “el cantar”), musa de la tragedia;
Talía (θάλλεω, “el florecer”), musa de la comedia;
Terpsícore (Τερψιχόρη, “el deleite de la danza”), musa de la danza;
Urania (Ουρανία, “la celestial”), musa de la astronomía;

...y por último nuestra amiga Clío (Κλειώ, “la que da la Fama”), musa de la poesía heróica y la Historia.




Que estas bellas diosas nos inspiren en nuestro camino, cualquiera que este sea...